MANTIS MARINA
Las mantis marinas, que también reciben los nombres comunes de esquilas,
galeras, langostas mantis y tamarutacas, son crustáceos estomatópodos
que, aunque generalmente son pequeños, pueden alcanzar en ependencia de
la especie (existen más de 350 descritas), tallas cercanas a los 40 cm de largo.
Una de las características más llamativas de estas criaturas es su
sorprendente fuerza. Al igual que las mantis religiosas, presentan unas
extremidades anteriores raptoras muy fuertes con las que, mediante
rápidos movimientos que están entre los más extremos que se conozcan en
el reino animal, capturan a sus presas, perforándolas o triturándolas,
en dependencia de si los apéndices son espinosos o con forma de garrote o
martillo.
La velocidad del ataque es tal que puede compararse a la aceleración que
alcanza una bala de calibre 22 y, si de casualidad falla el ataque, la
onda de choque que produce es tal que puede aturdir de tal manera a la
presa que esta difícilmente escapará. Es conocido que algunas especies
han llegado a romper el cristal de algunos acuarios y que, por unos
milisegundos, pueden producir un chispazo submarino solo visible con los
instrumentos científicos adecuados y que es capaz de alcanzar cientos
de grados de temperatura.
Con este violento golpe son capaces de romper las duras conchas de los
caracoles y ostras, así como los caparazones de los cangrejos, o
arponear sin posibilidad de escapatoria a los peces que se les acerquen
demasiado.
Curiosidades de las mantis marina
Los ojos de estos crustáceos
están entre los más complejos que existen, están compuestos por miles
de estructuras llamadas omatidios en cada ojo, que se disponen de tal
manera que les permiten una visión trinocular, con una
amplia percepción de la profundidad. A su vez estos ojos están situados
en pedúnculos que se mueven independientemente uno de otro, por lo que
es difícil que algo escape a su aguda mirada.
Otra curiosidad es la complejidad de su comportamiento
para comunicarse con sus congéneres. Se conoce de los elaborados
rituales de lucha de algunas especies para defender su territorio, así
como el uso de patrones fluorescentes para avisar de su presencia.
Algunas especies pueden vivir hasta dos décadas o más, y en el caso de las que son monógamas, pueden convivir juntas
todo este tiempo estableciendo muy bien las actividades que a cada uno
le corresponde dentro de la madriguera, como por ejemplo, la cuida de la
puesta o la búsqueda de alimentos.
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